Hace unos diez años, Cristina y yo (Azucena) comenzamos a preguntarnos juntas qué significaba para nosotras tener una mirada feminista en nuestra práctica terapéutica. Habíamos reflexionado individualmente, debatido también con otras colegas, escrito en diversas publicaciones. Pero nos pusimos a sistematizar con el objetivo de formular una base teórica desde la que ir enriqueciendo nuestro trabajo, además lo hicimos desde prácticas terapéuticas distintas, el Psicoanálisis en su caso, la Gestalt en el mío.

Al poco tiempo comenzamos a formar y, en ese lance de construir y enseñar nos hemos ido nutriendo cada vez más.

Así expresamos, en su momento, lo que significaba para nosotras una psicoterapia feminista:

¿A qué nos referimos?

«Entendemos que en los procesos terapéuticos es especialmente importante proporcionar un marco “interpretativo” lo suficientemente amplio y comprometido con el sufrimiento de las personas. Y los feminismos, con sus teorías y prácticas, contribuyen a establecer una mirada más amplia e inclusiva de las subjetividades.

Dentro de la psicología y la práctica terapéutica, la perspectiva feminista, ha hecho visible lo invisible, nombrando hechos y situaciones hasta el momento ignorados y/o naturalizados. Dicha perspectiva ha ayudado a comprender que muchas problemáticas se describen como naturales, pero son producto de un continuo interactuar con el medio en el que estamos insertas las personas.

Sabemos que las intuiciones sin concepto son ciegas, se trivializan y se dispersan como insignificantes. Nombrar determinados hechos los hace visibles, reconocibles y, en algunos casos, incluso permite su existencia. En ocasiones estamos delante de personas que están buscando palabras para nombrar su dolor. Es nuestra tarea y nuestro compromiso apoyar la búsqueda de sentido para aquellos dolores que no son legitimados socialmente porque se establecen al margen de un universo teórico que puede impedir el crecimiento de las personas o cronificar su sufrimiento.

Reconocer, entender y hacernos cargo de nuestros malestares implica encontrar la capacidad para expresarlos, a través del lenguaje fundamentalmente, aunque también, y de una manera primaria, a través del propio cuerpo. Para que ello sea posible ha de darse en un espacio basado en el reconocimiento1 y la legitimidad…».

¿Qué aporta nuestra perspectiva feminista a la psicoterapia?

«El feminismo, tal y como lo entendemos, aporta a la psicoterapia una mirada amplia y flexible de la concepción de sujeto y de la realidad social. Entendemos las subjetividades en inter-juego permanente con la sociedad, por tanto, no podemos leer la una sin la otra. De esta forma, nuestra mirada, aporta un marco interpretativo amplio en la comprensión de las situaciones, problemáticas y elecciones subjetivas de las personas, así como, una mirada crítica de la sociedad y de las formas de relaciones humanas establecidas. Podemos concretar en algunos puntos que desarrollamos a continuación

  • En el contexto social, reconocemos la existencia de diversos mecanismos de opresión que ejercen dominación de forma interseccional, según la condición de sexo, raza, clase, género, sexualidades, etnia, edad, etc., de cada persona. Estas estructuras históricas de dominación implican que las personas no cuenten con la misma legitimidad política, los mismos privilegios, los mismos derechos de ciudadanía, las mismas posibilidades de elección, etc.
  • Lo personal es político. Las identidades se construyen a través de la definición categorizada de personas, grupos o colectivos, creadas por el sistema social. Estas categorizaciones identitarias construyen subjetividad lo que nos permite reconocernos e interpretar el mundo en el que vivimos, aunque se establecen a través de jerarquías y, en esta medida, internalizamos los sistemas de dominación en los que estamos inmersas. Se invisibiliza la diversidad individual.
  • La correspondencia entre el sexo, el género y la orientación del deseo sexual es una construcción social. Esta construcción al establecerse como “natural” coarta el desarrollo de todas las personas y legitima una forma única de pensar, sentir y hacer como hombres y mujeres. Quienes no se identifican con esas categorías cerradas son personas patologizadas y excluidas.
  • No hay una ciencia objetiva y hasta ahora el androcentrismo está presente en ella, al igual que en la psicología y en las distintas corrientes psicoterapéuticas. En consecuencia, la consideración de patologías o normalidades son construcciones sociales, que es necesario relativizar.
  • Las teorizaciones de las identidades de género permiten concebir algunos aspectos de la realidad de las personas, aunque mayoritariamente están establecidas desde la lógica del dualismo. Son por tanto un arma de doble filo, sirven para entender algunas realidades psíquicas, pero si son tomadas acríticamente impiden ver las diferentes construcciones identitarias que se escapan a las categorías homogéneas de mujer y hombre.
  • Las teorías sobre los mecanismos psíquicos del poder2, con influencia del psicoanálisis, aportan la posibilidad de concebir la construcción identitaria como un proceso, no solo de sujeción necesaria, sino también de elección activa. Los conceptos de identificación/alienación son básicos en los procesos terapéuticos.

Desde nuestro punto de vista, es importante, en la terapia, tener en cuenta estos aspectos para contribuir a cuestionar los malestares psíquicos producto de las jerarquías sociales».

Podríamos añadir, en este momento, otros puntos que han tomado especial relevancia en estos años, al calor de los grupos y la formación:

  • La importancia del lenguaje, no solo desde su dimensión inclusiva, que también, sino por las posibilidades de categorizar de maneras diversas.
  • Todo lo que nos pasa nos pasa en el cuerpo y la teoría feminista, a día de hoy, está sabiendo formular una manera de contarnos las cosas alejándonos de los falsos dualismos: dentro/fuera, cuerpo/mente, yo/nosotr*s…
  • A todas las personas nos atraviesa el patriarcado, nos hace cuerpo. Saber de feminismo no nos libra de esto. Es importante hacer un trabajo personal, vivencial, que nos permita entender cómo, de qué manera, para poder, a modo gestáltico, darme cuenta y responsabilizarme de ello.

No estamos alejad*s de las problemáticas que acompañamos. Sólo hemos aprendido a visibilizarlas y negociar con ellas. Ese es el camino: ver, aceptar, ensayar nuevas respuestas; o al menos, es el camino que proponemos.

Coincidimos en una cosa más, desde nuestras militancias el feminismo siempre significó libertad, no solamente individual, también colectiva. Por eso tratamos de localizar también nuestros introyectos feministas para negociar con ellos.

Añadir, por último, que en este trayecto hemos ido incorporando colegas que se han formado con nosotras. Gente que comparte nuestra mirada y con la que tenemos una relación laboral cercana. Coincidimos tanto en espacios comunes como en supervisión y tenemos una parecida manera de abordar la psicoterapia feminista. Esto es, a día de hoy: PTF… y seguimos aprendiendo…

   

Azucena González San Emeterio

Agosto de 2020

   
   

1 Usamos el término “reconocimiento” en el sentido que Jessica Benjamín le otorga para referirse a las relaciones terapéuticas.

2 Desarrolladas por Judith Butler.